Masushieru

30 marzo 2007

No hay momento vivido que pueda ser borrado
despertar junto a la alhomada
sigue siendo lo mismo mañana tras mañana
y etiquetar el sentimiento del escrito como
pasional
seria confundir la esencia del amor

extrañar no es mas que añorar repeticiones
desear viejos momentos con nuevos segundos que contar
buscar en la distancia el olor de su aliento despues del cigarrillo
y los rizos de sus trenzas de 3 semanas
escudriñar entre las letras de lo que escribe para encontrarla
y sentirla cerca

o quizas sea la suavidad de su toque
como sus palabras consuelan
y convierten las mas grandes lagrimas en dulces
y radiantes sonrisas
esconder entre miradas los hechos
y convertirse en complice eterna
siempre en silencio
hombro y corazon dispuesto

extrañar quizas sea escribir una carta de amor
al duo que completa el trio perfecto
al que el ruido de la distancia no distorsiona

y desde mi silla...las busco, las extraño.


by Patrcia Minalla

22 marzo 2007

La fotografia de la pesadilla (Kevin Carter)


La imagen de ese buitre acechando a una niña moribunda en África le persiguió en vida. Con ella atrapó el Pulitzer, pero también la maldición de una pregunta: “¿Qué hiciste para ayudarla?”. A Kevin Carter, cronista gráfico de la Suráfrica del 'apartheid', la presión le empujó al suicidio. Un periodista testigo de aquellos años rememora su figura.

La cámara funciona como una barrera que lo protege a uno del miedo y del horror, e incluso de la compasión

Un hombre blanco perfectamente bien alimentado observa cómo una niña africana se muere de hambre ante la mirada expectante de un buitre. El hombre blanco hace fotos de la escena durante 20 minutos. No es que las primeras no fueran buenas, es que con un poco de colaboración del ave carroñera le salía una de premio, seguro. Niña famélica con nariz en el polvo y buitre al acecho: bien; no todos los días se conseguía una imagen así. Pero lo ideal sería que el buitre se acercara un poco más a la niña y extendiese las alas. El abrazo macabro de la muerte, el buitre Drácula como metáfora de la hambruna africana. ¡Ésa sí que sería una foto! Pero el hombre esperó y esperó, y no pasó nada. El buitre, tieso como si temiera hacer huir a su presa si agitara las alas. Pasados los 20 minutos, el hombre, rendido, se fue.

No se debería de haber desesperado. Una de las fotos se publicó en la portada de The New York Times y acabó ganando un premio Pulitzer. Pero incluso así se desesperó. Y mucho. El hombre blanco era un fotógrafo profesional llamado Kevin Carter. A los dos meses de recibir el premio en Nueva York se suicidó.

Hay dos preguntas. La primera, ¿por qué se suicidó? La segunda, ¿por qué no ayudó a la niña? La respuesta a la primera es relativamente fácil. La respuesta a la segunda es más interesante. Remontemos.

Kevin Carter nació en Suráfrica en 1960, dos años antes de que Nelson Mandela empezara su condena de 27 años de cárcel. Al llegar a la adolescencia empezó a entender que ser blanco en Suráfrica significaba ser una de las personas más privilegiadas de la Tierra y, al mismo tiempo, cómplice de una atroz injusticia. Cumplidos los 24 años, Carter descubrió que el periodismo era el terreno donde libraría su guerra particular contra el apartheid.

Comenzó su carrera en 1984, cuando las poblaciones negras en las periferias de las grandes ciudades -como Soweto, que estaba al lado de Johanesburgo- se convirtieron en campos de batalla. Jóvenes militantes negros, cuya única fuerza residía en su ventaja numérica, lanzaban piedras a los policías y a los soldados, que respondían con gases lacrimógenos, balas de goma o balas de verdad. Cientos murieron, miles fueron encarcelados. Soweto ardía, y allá, casi permanentemente instalado, estaba Carter, fotógrafo novato de The Johannesburg Star, expiando su culpa.

La gran ironía de la historia reciente de Suráfrica es que cuando salió Mandela de la cárcel en 1990, cuando empezó el proceso de paz que condujo cuatro años después a la democracia, se desató una violencia mucho mayor. Durante casi la totalidad de aquellos cuatro años, Soweto y otra media docena de poblaciones negras en los alrededores de Johanesburgo vivieron una anarquía asesina demencial, nutrida por opositores al proyecto democrático, en la que murieron unos 12.000. Allí, una vez más, estaba Carter. Todos los días. Se presentaba temprano por la mañana a los campos de la muerte, como se presentan los oficinistas a sus lugares de trabajo.

Yo también me presentaba allí, pero con menos frecuencia y más tarde. Siempre que llegaba a estos lugares, en pleno tiroteo o minutos después de una masacre, ahí veía a Kevin Carter, sudado, polvoriento, bolso sobre el hombro, cámara en mano. A él y a sus tres amigos fotógrafos, Ken Oosterbroek, Greg Marinovich y João Silva. Les llamaban a los cuatro “el Bang Bang Club”. Hacían fotos espeluznantes y se exponían a peligros extraordinarios. Yo había llegado a Suráfrica en 1989 tras seis años cubriendo las guerras de Centroamérica. Vi pronto que daba mucho más miedo estar en 1992 en un lugar como Tokoza o Katlehong, a escasos kilómetros de Johanesburgo, que en 1986 en los frentes del oriente de El Salvador o el norte de Nicaragua. Porque en los lugares donde los negros, animados por los blancos, se masacraban podía pasar cualquier cosa en cualquier momento y en cualquier lugar. Con un Kaláshnikov, una lanza, un machete o una pistola. Ahí trabajaba Carter. Ahí se pasaba desde las cinco de la madrugada hasta el mediodía haciendo fotos de gente matando y de gente muriendo.

Para poder hacer ese trabajo es necesario blindarse, armarse de una coraza emocional. No se puede responder a lo que uno ve como un ser humano normal. La cámara funciona como una barrera que lo protege a uno del miedo y del horror, e incluso de la compasión. Carter y sus tres camaradas dormían poco, además, y consumían drogas de todo tipo. Pasaban sus días y sus noches en un acelere mental y en un estado de anestesia emocional casi permanentes. Si se hubiesen detenido un instante a reflexionar sobre lo que hacían, si hubiesen permitido que los sentimientos penetraran la epidermis, habrían sido incapaces de hacer su trabajo. El entorno era alocado, pero el trabajo era importante. Si se hubieran quedado en sus casas o se hubieran expuesto a menos peligro, habría habido más muertos, menos presión política para acabar con la violencia. Ésta era la contribución de Carter a la causa de sus compatriotas negros.

En marzo de 1993 se tomó unas vacaciones de Tokoza y Katlehong y se fue a Sudán. Ahí, apenas aterrizar, es donde vio a la niña y el buitre. Respondió con el frío profesionalismo de siempre. No habría podido elegir otra manera de actuar. Estaba programado, anonadado. El único objetivo era hacer la mejor foto posible, la que tuviera más impacto. Ahí empezaba y terminaba su compromiso. La lógica era muy sencilla: si hacía una foto potente, se beneficiaría a sí mismo, pero también ampliaría la sensibilidad de los seres humanos en lugares lejanos y tranquilos, despertando en ellos aquella compasión -precisamente- que en él estaba necesariamente adormecida.

Por eso no hizo nada para ayudar a la niña. Porque si la hubiera ayudado, no habría podido hacer la foto. Porque había llegado al límite de sus posibilidades.

El problema era que la gente normal, empezando por su propia familia, no lo entendía. Fuera donde fuera, le hacían la misma pregunta. “Y después, ¿ayudaste a la niña?”. Se convirtió en un agobio, una pesadilla. Los únicos que no le hacían la pregunta, porque para ellos no era necesario hacerla, eran los amigos del Bang Bang Club.

En abril de 1994 le llamaron desde Nueva York para decirle que había ganado el Pulitzer. Seis días después, su mejor amigo, Ken Oosterbroek, murió en un tiroteo en Tokoza. Toda la emoción reprimida a lo largo de cuatro años salvajes explotó. Carter se quedó destruido. Lloró como nunca y lamentó amargamente que la bala no hubiera sido para él.

El mes siguiente voló a Nueva York, recibió el premio, se emborrachó, incluso más de lo habitual, y volvió a casa. La guerra se había terminado. Mandela era presidente. Suráfrica tuvo su final feliz, pero la vida de Carter dejó de tener mucho sentido. Quizá en parte porque el peligro de la guerra había sido su droga más potente, la que le había creado mayor adicción. Siguió trabajando, pero, perseguido por la muerte de su amigo y -ahora que se había quitado la coraza- la angustia moral retrospectiva de la escena con la niña sudanesa, se hundió en una profunda depresión. No podía trabajar, o si lo intentaba, caía en errores absurdos. Llegaba tarde a entrevistas, perdía rollos de fotos que ya había hecho. Y tenía problemas en casa: deudas, desamor...

El 27 de julio de 1994, exactamente tres meses después de las primeras elecciones democráticas de la historia de su país, Carter se fue a la orilla de un río donde había jugado cuando era niño, antes de que supiera lo que era el apartheid, el sufrimiento, la injusticia. Y ahí, por fin, dentro de su coche, escuchando música mientras inhalaba monóxido de carbono por un tubo de goma, logró la paz, la anestesia final de la muerte.


EL Pais.

21 marzo 2007

Donde enterrar lo que a muerto cuando se va el sentimiento
y la magia de tus risas que ya nunca oigo
siguen vivas en mi cabeza y no moriran jamas



Hermano ......que sepas te te has llevado un pezado de mi
y el que sigue aquí quiere irse contigo.....Cuidate muchacho donde estes.....

20 marzo 2007

VIZU sur Ellen Alien

2H






15 marzo 2007


¿Cuántas veces he sido un dictador? ¿Cuántas veces un inquisidor; un censor, un carcelero? ¿Cuántas veces he pro­hibido, a quienes más quería, la libertad y la palabra? ¿De cuántas personas me he sentido dueño? ¿A cuántas he condenado porque cometieron el delito de no ser yo? ¿No es la propiedad privada de las personas más repugnan­te que la propiedad de las cosas? ¿A cuánta gente usé, yo que me creía tan al margen de la sociedad de consumo? ¿No he deseado o celebrado, secretamente, la derrota de otros, yo que en voz alta me cagaba en el valor del éxito? ¿Quién no reproduce, dentro de sí, al mundo que lo genera? ¿Quién está a salvo de confundir a su hermano con un rival y a la mujer que ama con la propia sombra?
(c) Eduardo Galeano en “Guerra de la calle, Guerra del alma”

12 marzo 2007

Pues, ¡claro que soy dominican@!

Muchas son las expresiones que caracterizan la nacionalidad dominicana y que identifican al criollo donde se encuentre. Existen vocablos regionales que ponen el sello a los de esa zona pero otros, los más, son comunes a todos los nacidos bajo el signo del plátano.

Si escuchas expresiones como: “anderdiablo”, dame un chin, se lo sacó en un chuflai, ¿y e’fácil?; ¡ah, po’tá bien!, ¡se fue la lú!, sin dudas son voces criollas.

Si conoces la diferencia entre palito duro y palito latigoso, si a la casualidad le dices chepa, y has comido “jalao”, gofio, frío-frío de sambruesa, con-con; a la cotorra le dices cuca y al gato, aunque tenga nombre, lo llamas mishu, prefieres una Presidente “vestida de novia”, gustas de las habichuelas con dulce en cuaresma, jugaste fu-fú, yas, al trúcamelo, al topao y musa tataramusa, le dices a la barriga, ñoña o biyoya, te encaquetaron emulsión de “escó” cuando chiquito y “te dieron una pela con un caliso”, no lo pongas en duda, naciste en Quisqueya.

Si en tu casa había una vara para desollinar; con el término pájaro te refieres a un ave, un insecto, un homosexual o una chichigua grande; si al faltar a la escuela te ibas a “brillar”, te metían miedo con El Cuco, sabes que el Agua de Florida es utilizada para suerte y para “trabajos”, si disfrutas de un yaniqueque, o de un morisoñando, si sabes lo que es marotear y encaramarse en el cojollito, si has utilizado un musú, y entiendes cuando dicen: ¡qué bufeo!, ¡tá quillao!, ¡tá jevi!, sabes quien es Jack Veneno y el Fortimalt, conoces la Choco Rica, volaste capuchino o chichigua, entiendes la postura del cuerpo cuando se dice aplatao o añingotao, definitivamente tienes alma dominicana.

Si sabes que sica es excremento humano y entiendes por “dar muela”, comprendes lo que es estar afisiao, tá cundío, comerse un cable, estar fuñendo, lo que es amemao y alitraniao, no hay duda que entiendes lo que es refreco rojo o colorao y lo has bebido con calimete.

Si has oído llamar a los plátanos trozos, si los amigos cercanos son canchanchanes, cuando muchacho hiciste tirapó, sabes que allantoso, bultero y aguajero son sinónimos, conoces el embuchao de mayo y el emparche, el romo y el pintintín, definitivamente te criaste en algún lugar del territorio dominicano.

Si por mamey entiendes el color naranja, y sabes distinguir entre verde botella, amarillo pollito, blanco nevera y azul bolita; si comiste choco-choco, masita o añuga perro, no hay dudas, eres dominicano, pasional y llevas el ritmo en la sangre.



BY César Nicolás Penson

09 marzo 2007

Marit Victoria





04 marzo 2007

Algunas de mis fotos and me





Soy una ilusion perdida...
Una flor marchita,
Una llamada sin respuesta,
Una estacion pasada,
Un tambor de hojalata,
Un reloj oxidado,
Una pregunta que nunca fue respondida,
Una canción sin sonido,
Un atardecer sin color,
Un abrazo sin calor,
Un dibujo sin terminar,
Una sonrisa sin labios,
Un beso sin sabor,
Una despedida sin adios,
Una mota de nieve que se desintegra,
Una llama apagada.....

Soy todo aquello que has guardado en el caj�n del olvido junto al resto de trofeos que han perdido su brillo

Soy todo,soy nada

Spacer Woman

I love this song
Ya se que has venido para quedarte por mucho tiempo Oh! soledad!
esta vez no quiero que te quedes para siempre.....he aprendido a vivir sin ti
ahora no te quiero a mi lado....Oh! felicidad por que me haces sentir tan desgraciada
por que una mirada vale mas que una palabra? que sentido tiene esto?
oh! felicidad por que viniste si ahora me abandonas y me dejas aquí sin mas sin una explicación eres traicionera como una hiena y te quiero como te odio.....esto puede llegar a ser desastrologico cuando decidas regresar......