Masushieru

16 agosto 2006

El Fidel Castro que yo conozco

Gabriel Garc�a M�rquez
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Su devoci�n por la palabra. Su poder de seducci�n. Va a buscar los
problemas donde est�n. Los �mpetus de la inspiraci�n son propios de
su estilo. Los libros reflejan muy bien la amplitud de sus gustos.
Dej� de fumar para tener la autoridad moral para combatir el
tabaquismo. Le gusta preparar las recetas de cocina con una especie
de fervor cient�fico. Se mantiene en excelentes condiciones f�sicas
con varias horas de gimnasia diaria y de nataci�n frecuente.
Paciencia invencible. Disciplina f�rrea. La fuerza de la imaginaci�n
lo arrastra a los imprevistos. Tan importante como aprender a
trabajar es aprender a descansar.


Fatigado de conversar, descansa conversando. Escribe bien y le gusta
hacerlo. El mayor est�mulo de su vida es la emoci�n al riesgo. La
tribuna de improvisador parece ser su medio ecol�gico perfecto.
Empieza siempre con voz casi inaudible, con un rumbo incierto, pero
aprovecha cualquier destello para ir ganando terreno, palmo a palmo,
hasta que da una especie de gran zarpazo y se apodera de la
audiencia. Es la inspiraci�n: el estado de gracia irresistible y
deslumbrante, que s�lo niegan quienes no han tenido la gloria de
vivirlo. Es el antidogm�tico por excelencia.


Jos� Mart� es su autor de cabecera y ha tenido el talento de
incorporar su ideario al torrente sangu�neo de una revoluci�n
marxista. La esencia de su propio pensamiento podr�a estar en la
certidumbre de que hacer trabajo de masas es fundamentalmente
ocuparse de los individuos.


Esto podr�a explicar su confianza absoluta en el contacto directo.
Tiene un idioma para cada ocasi�n y un modo distinto de persuasi�n
seg�n los distintos interlocutores. Sabe situarse en el nivel de
cada uno y dispone de una informaci�n vasta y variada que le permite
moverse con facilidad en cualquier medio. Una cosa se sabe con
seguridad: est� donde est�, como est� y con quien est�, Fidel Castro
est� all� para ganar. Su actitud ante la derrota, aun en los actos
m�nimos de la vida cotidiana, parece obedecer a una l�gica privada:
ni siquiera la admite, y no tiene un minuto de sosiego mientras no
logra invertir los t�rminos y convertirla en victoria. Nadie puede
ser m�s obsesivo que �l cuando se ha propuesto llegar a fondo a
cualquier cosa. No hay un proyecto colosal o milim�trico, en el que
no se empe?e con una pasi�n encarnizada. Y en especial si tiene que
enfrentarse a la adversidad. Nunca como entonces parece de mejor
talante, de mejor humor. Alguien que cree conocerlo bien le dijo:
Las cosas deben andar muy mal, porque usted est� rozagante.


Las reiteraciones son uno de sus modos de trabajar. Ej.: El tema de
la deuda externa de Am�rica Latina, hab�a aparecido por primera vez
en sus conversaciones desde hac�a unos dos a?os, y hab�a ido
evolucionando, ramific�ndose, profundiz�ndose. Lo primero que dijo,
como una simple conclusi�n aritm�tica, era que la deuda era
impagable. Despu�s aparecieron los hallazgos escalonados: Las
repercusiones de la deuda en la econom�a de los pa�ses, su impacto
pol�tico y social, su influencia decisiva en las relaciones
internacionales, su importancia providencial para una pol�tica
unitaria de Am�rica Latina... hasta lograr una visi�n totalizadora,
la que expuso en una reuni�n internacional convocada al efecto y que
el tiempo se ha encargado de demostrar.


Su m�s rara virtud de pol�tico es esa facultad de vislumbrar la
evoluci�n de un hecho hasta sus consecuencias remotas...pero esa
facultad no la ejerce por iluminaci�n, sino como resultado de un
raciocinio arduo y tenaz. Su auxiliar supremo es la memoria y la usa
hasta el abuso para sustentar discursos o charlas privadas con
raciocinios abrumadores y operaciones aritm�ticas de una rapidez
incre�ble.


Requiere el auxilio de una informaci�n incesante, bien masticada y
digerida. Su tarea de acumulaci�n informativa principia desde que
despierta. Desayuna con no menos de 200 p�ginas de noticias del
mundo entero. Durante el d�a le hacen llegar informaciones urgentes
donde est�, calcula que cada d�a tiene que leer unos 50 documentos,
a eso hay que agregar los informes de los servicios oficiales y de
sus visitantes y todo cuanto pueda interesar a su curiosidad
infinita.


Las respuestas tienen que ser exactas, pues es capaz de descubrir la
m�nima contradicci�n de una frase casual. Otra fuente de vital
informaci�n son los libros. Es un lector voraz. Nadie se explica
c�mo le alcanza el tiempo ni de qu� m�todo se sirve para leer tanto
y con tanta rapidez, aunque �l insiste en que no tiene ninguno en
especial. Muchas veces se ha llevado un libro en la madrugada y a la
ma?ana siguiente lo comenta. Lee el ingl�s pero no lo habla.
Prefiere leer en castellano y a cualquier hora est� dispuesto a leer
un papel con letra que le caiga en las manos. Es lector habitual de
temas econ�micos e hist�ricos. Es un buen lector de literatura y la
sigue con atenci�n.


Tiene la costumbre de los interrogatorios r�pidos. Preguntas
sucesivas que �l hace en r�fagas instant�neas hasta descubrir el por
qu� del por qu� del por qu� final. Cuando un visitante de Am�rica
Latina le dio un dato apresurado sobre el consumo de arroz de sus
compatriotas, �l hizo sus c�lculos mentales y dijo: Qu� raro, que
cada uno se come cuatro libras de arroz al d�a. Su t�ctica maestra
es preguntar sobre cosas que sabe, para confirmar sus datos. Y en
algunos casos para medir el calibre de su interlocutor, y tratarlo
en consecuencia.


No pierde ocasi�n de informarse. Durante la guerra de Angola
describi� una batalla con tal minuciosidad en una recepci�n oficial,
que cost� trabajo convencer a un diplom�tico europeo de que Fidel
Castro no hab�a participado en ella. El relato que hizo de la
captura y asesinato del Che, el que hizo del asalto de la Moneda y
de la muerte de Salvador Allende o el que hizo de los estragos del
cicl�n Flora, eran grandes reportajes hablados.


Su visi�n de Am�rica Latina en el porvenir, es la misma de Bol�var y
Mart�, una comunidad integral y aut�noma, capaz de mover el destino
del mundo. El pa�s del cual sabe m�s despu�s de Cuba, es Estados
Unidos. Conoce a fondo la �ndole de su gente, sus estructuras de
poder, las segundas intenciones de sus gobiernos, y esto le ha
ayudado a sortear la tormenta incesante del bloqueo.


En una entrevista de varias horas, se detiene en cada tema, se
aventura por sus vericuetos menos pensados sin descuidar jam�s la
precisi�n, consciente de que una sola palabra mal usada, puede
causar estragos irreparables. Jam�s ha rehusado contestar ninguna
pregunta, por provocadora que sea, ni ha perdido nunca la paciencia.
Sobre los que le escamotean la verdad por no causarle m�s
preocupaciones de las que tiene: �l lo sabe. A un funcionario que lo
hizo le dijo: Me ocultan verdades por no inquietarme, pero cuando
por fin las descubra me morir� por la impresi�n de enfrentarme a
tantas verdades que han dejado de decirme. Las m�s graves, sin
embargo, son las verdades que se le ocultan para encubrir
deficiencias, pues al lado de los enormes logros que sustentan la
Revoluci�n los logros pol�ticos, cient�ficos, deportivos,
culturales- hay una incompetencia burocr�tica colosal que afecta a
casi todos los �rdenes de la vida diaria, y en especial a la
felicidad dom�stica.


Cuando habla con la gente de la calle, la conversaci�n recobra la
expresividad y la franqueza cruda de los afectos reales. Lo llaman:
Fidel. Lo rodean sin riesgos, lo tutean, le discuten, lo
contradicen, le reclaman, con un canal de trasmisi�n inmediata por
donde circula la verdad a borbotones. Es entonces que se descubre al
ser humano ins�lito, que el resplandor de su propia imagen no deja
ver. Este es el Fidel Castro que creo conocer: Un hombre de
costumbres austeras e ilusiones insaciable, con una educaci�n formal
a la antigua, de palabras cautelosas y modales tenues e incapaz de
concebir ninguna idea que no sea descomunal.


Sue?a con que sus cient�ficos encuentren la medicina final contra el
c�ncer y ha creado una pol�tica exterior de potencia mundial, en una
isla 84 veces m�s peque?a que su enemigo principal. Tiene la
convicci�n de que el logro mayor del ser humano es la buena
formaci�n de su conciencia y que los est�mulos morales, m�s que los
materiales, son capaces de cambiar el mundo y empujar la historia.


Lo he o�do en sus escasas horas de a?oranza a la vida, evocar las
cosas que hubiera podido hacer de otro modo para ganarle m�s tiempo
a la vida. Al verlo muy abrumado por el peso de tantos destinos
ajenos, le pregunt� qu� era lo que m�s quisiera hacer en este mundo,
y me contest� de inmediato: pararme en una esquina.

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